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La tragedia viene en Ascenso

  • por Matías Serkin
  • 14 may 2015
  • 2 Min. de lectura

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No hay que buscarle muchas vueltas al eje de la cuestión. El caso de Emanuel Ortega, no es una situación aislada. Por empezar, ni siquiera se trata de un accidente. Calificar así a un hecho- trágico- que pudo haber sido evitado, es faltarle el respeto- un poco más- a familiares y amigos de este chico que va a seguir pateando nubes en el cielo. Lo acontecido en la cancha de San Martín, es consecuencia de esa política nefasta de “atar con alambres” y patear para adelante- valga la redundancia. Pero en las vísperas de un marco electoral que se avecina en AFA- menudo escalofrío nos recorre el cuerpo cuando pronunciamos estas tres letras juntas- es indicado esconder los egos por un rato y escuchar esos gritos desesperados del Ascenso que se traducen en jugadores sin vestimenta, estadios sin luces y tribunas sin hinchas.

¿Por qué referirse exclusivamente al Ascenso si una muerte en el fútbol es para lamentarla, independientemente de la categoría? Porque la línea divisoria- invisible, pero real al fin- entre la máxima categoría y el resto, está siempre presente. Presente en el presupuesto, en la relevancia en los medios y en tantos otros aspectos que constantemente quedan al desnudo en circunstancias como la de Ortega. Podemos irnos más abajo si el lector lo desea. En las divisiones inferiores de los clubes más chicos, deben hacer esfuerzos inconmensurables los dirigentes para ver crecer ese potencial extraordinario que los chicos regalan constantemente.

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Héctor Sanabria murió de un paro cardíaco en 2013 jugando para Laferrere. Su fallecimiento abrió un debate acerca de los estudios médicos en las categorías del Ascenso.

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Si decíamos que el caso de Emanuel no es un mero accidente, ¿qué decir del recuerdo todavía latente de Franco Nieto? El capitán de Tiro Federal de La Rioja fue muerto producto de la violencia barrabrava y también dirigencial, que entre términos se termina confundiendo una complicidad indefendible.

Nieto era delantero. Murió a fines de 2014.

Lo paradójico no es que Ortega murió el día del futbolista. Lo paradójico es que haya estadios de madera habilitados, paredones- de la muerte- en lugares inapropiados, ambulancias que brillan por su ausencia. Y todo, en el marco de un partido de fútbol. El fútbol es un deporte que, para el que lo vive con pasión, implica alegrarse en la victoria y sufrir en la derrota. Pero derrochar lágrimas por la muerte de un contribuyente, porque eso es lo que son los jugadores, principales protagonistas de un evento sensacional, es algo que no podemos perdonarnos nunca.

 
 
 

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